Un Techo Para Un Psicólogo
  A modo de introducción
 
 
A modo de introducción:
 
Manicomialización “Y la locura se transformó en enfermedad…”
 
Melisa Pérez.
 
 
         Transitando muy hacia atrás en el tiempo por los caminos de la locura, encontramos en Mesopotamia a los sacerdotes que constituyeron la primera figura de los médicos babilonios, que se encargaban del tratamiento de “enfermedades internas”, las que atribuían a posesiones demoníacas y eran curadas a través de rituales religiosos. Por otra parte, en Grecia, encontramos alrededor del año 400 a.c., con Hipócrates (pionero de la fisiología), el primer intento por definir una causa más del tipo científico y no tan sobrenatural para este fenómeno. La teoría que Hipócrates propuso para este fin, afirmaba que los trastornos mentales se daban por el desequilibrio de cuatro sustancias corporales: la sangre, la bilis negra, la bilis amarilla y la flema. Los laxantes y las sangrías eran los tratamientos que Hipócrates aplicaba para eliminar el exceso de alguna de estas sustancias, que causaba el desequilibrio. Por otra parte, este médico fue el primero en llevar a cabo una clasificación “psicológica” de los temperamentos (colérico, sanguíneo, melancólico o flemático). A su vez, realizó una clasificación de las enfermedades mentales, a las que dividió en tres categorías: frenitis, melancolía y manía. Vemos así en Hipócrates, por un lado, un primer esbozo en cuanto a la búsqueda de causas fisiológicas, y por otro lado y a la vez, un avance en cuanto a la vinculación de la locura con causas de índole más bien psicológica.
         Pero es en la época de la Grecia Clásica, donde comienzan a describirse trastornos de índole puramente psicológica y se comienzan a idear diferentes terapias para el tratamiento de este tipo de trastornos. En primer lugar, se apunta a reforzar y mejorar la relación del paciente con quien está a cargo de sus cuidados, por otra parte, se identifica al teatro como una fuente de cura, en tanto se le considera imbuido de un poder catártico, purificador. Además, los Sofistas, portadores del poder del discurso, plantean el diálogo y la lectura como “medicinas para el alma”, y proponen a modo de terapia, “el arte de aliviar la melancolía”, consistente en relatar los sueños, también a modo de catarsis.
         Por otra parte, en Roma, nos encontramos con Asclepíades, en el año 124 a.c. aproximadamente, quien pone en discusión la teoría del equilibrio de las sustancias corporales de Hipócrates, rechazándola totalmente y sugiriendo la influencia del factor ambiental en el comportamiento patológico de los sujetos. Además se opone totalmente al encarcelamiento de los locos y al tratamiento inhumano que éstos recibían.
         Un poco más adelantados en el tiempo, hacia el 170 d.c. encontramos a Galeno, quien resulta una especie de sintetizador de los conocimientos esparcidos por sus antecesores, y hace una diferenciación de causas mentales y orgánicas de la locura. Además implementa el término de “salud anímica”, el cual define como un equilibrio entre una parte sensual, una parte racional, y otra irracional del alma.                                                               
         Por otra parte, descentrándonos un poco de Europa, vemos que en Oriente se continuó trabajando en esta dirección. Alejandría se caracterizó por la gran importancia que allí se le dio al estudio de los trastornos mentales en esa época. Mientras que en esta ciudad llegaban a la conclusión de que los locos debían recibir cuidados especiales, los europeos tardarían un par de siglos más en reconocer dicha necesidad. Así es que en Alejandría diseñaron tratamientos para que los locos sobrellevaran su estigma “de la mejor manera posible”. Dichos tratamientos comprendían ejercicio físico, música, paseos al aire libre, masajes, etc. Y para continuar con hechos que hicieron historia en Oriente, encontramos que ya en el año 800 aproximadamente, en Bagdad, se construyó el primer edificio dedicado exclusivamente a la atención de locos, que si bien, obviamente, no condice con el modelo de hospital psiquiátrico que conocemos hoy en día, podríamos decir que constituyó el primer manicomio, en el sentido de que es el primer hospital dedicado específicamente al tratamiento de trastornos mentales y no sólo a la reclusión de las personas que los padecen. Mientras esto ocurría en Oriente, en Europa eran los clérigos quienes se encargaban del “cuidado” de los locos, quienes permanecían recluidos en monasterios, aún vinculados a la superstición y los demonios, motivo por el cual eran objeto de tortura y encierro en calabozos; la locura aún era interpretada en Europa como lo fue en las culturas primitivas, en cuanto a que seguía pensándose en la posesión demoníaca como su causa principal; como el loco no cumplía con los preceptos religiosos y morales de la época, debía estar poseído por alguna entidad satánica, así es que se realizaban  exorcismos para “liberarlo” de su padecimiento. Las mujeres por su parte, muchas veces eran consideradas brujas y en algunos casos morían quemadas en la hoguera. También se realizaba una especie de operación quirúrgica para extraer lo que estimaban podía ser “la piedra de la locura”, causante de la irracionalidad. En esta época se dejaron de lado los avances científicos que había realizado la medicina grecorromana, y se continuó en la búsqueda de explicaciones de tipo sobrenatural.
         El tiempo siguió avanzando y la locura con él. Nos encontramos así ya en la Edad Media, en donde varios motivos hicieron que la locura no significara un fenómeno de mayor importancia entre los problemas que acompañaron a la sociedad de esta época. Por un lado, el comienzo de la Edad Media se vio cubierto por un manto de oscurantismo y silencio, que no daba lugar a la discusión e investigación de temáticas tan controvertidas como lo era en este caso la locura. Por otro lado, en la Edad Media también, asistimos a una epidemia de lepra, que ocupaba las prioridades de la sociedad en ese momento, y la locura siguió presente por el momento sólo en la cotidianeidad de los locos. En cuanto a la lepra, podemos decir que el mecanismo por excelencia para luchar en su contra, fue la exclusión social. Luego del Siglo XV, las enfermedades venéreas pasarán a ocupar el lugar de la lepra, sólo que el mero hecho de la exclusión ya no será útil para luchar contra estas enfermedades, y pasarán a formar parte del resto de las enfermedades de la época, convirtiéndose en un tema propio de los médicos, quienes comenzarán a idear tratamientos para su cura. Como dice Michel Foucault en su Historia de la locura en la Época Clásica, la verdadera herencia de la lepra, no serán ya las enfermedades venéreas, sino la locura, con respecto a la cual se procederá de igual forma que con la lepra: la locura sufrirá a partir de ese momento, hasta el presente, la exclusión por parte de todos los miembros de la sociedad.
         A mediados de la Edad Media, a través de testimonios pictóricos y literarios del Renacimiento, encontramos que se acostumbraba transportar a los locos en barcos, de un lado a otro, casi sin permitirles poner un pie en tierra firme, sólo en ocasiones se les permitía recorrer algunos campos alejados de las ciudades; ellos constituían una suerte de sombras errantes que vagaban por los mares en busca de quién sabe qué cosa. Contrariamente a esto, vemos también que en algunas ciudades se dividían los hospitales, dejando algunas habitaciones especiales para los locos, y existían también lugares de detención reservados específicamente para ellos. Analizando esta contradicción entre la exclusión y un posible intento de inclusión (en el mero sentido de no expulsar a los locos fuera de la ciudad), señala Foucault que podemos pensar, en función del establecimiento de estos “dispositivos” en las ciudades para atender a los locos, que la exclusión estaba destinada sólo para los extraños, puesto que encontramos que algunas ciudades “se ocupaban” de sus propios locos.
         En cuanto a la exclusión, refiriéndonos estrictamente a la expulsión, vemos también la existencia de ciudades de peregrinación, en donde se concentraba una gran cantidad de locos que provenían de otras partes.
         Con respecto a la exclusión en un sentido más amplio, la exclusión social, constituía (y constituye aún hoy), como mencioné antes, el mecanismo por excelencia para mantener lejos a la locura; en esta época los locos no tenían permitido concurrir a la Iglesia, y como siempre, en toda la historia de la locura – insisto, hasta el día de hoy- recibían tratamientos inhumanos por parte de los demás miembros de la sociedad, quienes se autonominaban, desde luego, personas “sanas y normales”: “En ocasiones, algunos locos eran azotados públicamente, y como una especie de juego, los ciudadanos los perseguían simulando una carrera, y los expulsaban de la ciudad golpeándolos con varas (…)”.[1]
         Hacia fines de la Edad Media se da un cambio en cuanto a la valoración de la locura; ya no asistimos (sólo por un tiempo) a la locura como estigma excluyente, sino más bien como estigma ridiculizante. El personaje del bobo o el loco pasa a ser central en los cuentos y fábulas, mostrando como algo divertido la sinrazón y el ridículo. A su vez, este sentido que se le da a la locura va transformándose también con el pasaje del tiempo: el personaje del loco sigue siendo central en los cuentos y el teatro, pero ya no como un personaje que divierte con su ridiculez, sino que se vuelve un personaje revelador, poseedor de la Verdad. En base a esto, se va dibujando una figura del loco como el sujeto poseedor de la sabiduría, capaz de alcanzar un saber inaccesible, ininteligible para los hombres “cuerdos”. “El hombre razonable posee sólo imágenes fragmentarias”. A través de la curiosidad por ese saber que el loco “posee” acerca de la muerte, del fin del mundo, de Satán, ese saber prohibido, es que el hombre encuentra una fascinación por la locura, que puede apreciarse tanto en obras literarias y pictóricas, como en discusiones filosóficas y morales de la época, referentes a la locura. De esta forma vemos, como menciona Foucault, que el Renacimiento se presenta propicio para que la locura libere su voz.
         Con el avance del tiempo, llegamos al Siglo XVII, en donde la locura cae otra vez en la oscuridad y el abandono. Ya se había dejado a un lado la práctica renacentista del transporte continuo de los locos en barcos y dada la fascinación que se tenía por la locura, no se estableció ningún tipo de dispositivo de encierro para ellos. Pero en esta época, las cosas vuelven a cambiar.
         En el Siglo XVII, en Francia, asistimos a la creación de grandes internados, para poder cumplir con los encierros que demandaban las lettres de cachet (aunque en Inglaterra y España ya puede verificarse la existencia de este tipo de internados desde el 1500). En dichos internados iban a parar tanto los pobres, como los vagabundos, los ladrones y los locos. Estos internados pasarán a ser vistos a lo largo de este siglo, como el hábitat natural del loco, y es a partir de allí donde posteriormente, en el siglo XIX surgirá la psiquiatría como ciencia moderna. De esta forma vemos como se fue dando lo que al decir de Foucault constituye la desacralización de la locura, la cual ya no será vista como un fenómeno interesante y revelador, sino que sólo encontrará lugar mezclada con los pobres y los vagabundos en un cuarto de hospital, al menos hasta el Siglo XVIII.
         Hasta ese momento el encierro en el hospital no persigue un fin “medicinal” por llamarle de alguna forma, sino que más bien encarna una institución que contribuye a mantener el orden, recluyendo a los vagos y condenando la ociosidad, dado que en este momento comienza a percibirse al trabajo como actividad indispensable en la vida de los hombres: los hombres deben trabajar, y en caso de que no puedan hacerlo, no se puede permitir que estén vagando todo el tiempo, así es que la mejor manera de conservar el orden en la ciudad, es encerrando a los “ociosos”. Asistimos otra vez a un cambio en la valoración de la locura, esta vez con un tinte ético, o mejor dicho, falto de ética. Ahora se ve al loco como un sujeto falto de valores éticos, entre los cuales se encuentran ahora el trabajo y la no ociosidad, con los que el loco no cumple.
         Pero ya hacia finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, acontece algo así como un quiebre en cuanto al tratamiento que se le da la loco: antes de este momento se encerraba al loco, ahora se lo “interna”. A partir del siglo XVIII se “descubre” la necesidad de brindar atención y tratamiento especiales al loco. Y es así como comienzan a diseñarse instituciones específicas para realizar dicha tarea; surge el manicomio más parecido a cómo lo conocemos hoy en día.
         Pronto arribamos a la Modernidad, que trae al positivismo de la mano. Así vemos cómo la ciencia positiva, señalando con su gran dedo mágico, como dotado de algún poder divino, divide las aguas en dos vertientes: por un lado quedan los fenómenos del universo pasibles de ser estudiados con un método específico, a través de la experimentación y la verificación empírica, porque constituyen un objeto de estudio medible, cuantificable, etc., y por otro lado, los que no lo son. De esta forma el positivismo comienza a realizar diversos intentos con el fin de poder estudiar la locura a través de este método. “Adviene la modernidad, el pensamiento positivista, los orígenes de las posteriormente llamadas disciplinas científicas. Toda la problemática de la enfermedad comienza a ser territorializada por las disciplinas. En particular se produce el surgimiento de la psiquiatría, que convierte la locura en enfermedad (…)” [2]
         Pero yo me pregunto: ¿por qué hemos de aprehender la locura como una enfermedad mental? Dicho fenómeno estuvo siempre presente a lo largo de toda la historia de la humanidad, pero ¿por qué en determinado momento se comienza a considerarla una enfermedad mental y aún hoy en día no concebimos otra forma de pensarla, excepto dicha concepción impuesta por el modelo médico? Como señala Foucault, el concepto de enfermedad mental, es una figura cultural. La locura pasó por un proceso de objetivación y de nominación, porque tenía que ser categorizada de alguna forma, en base a las normas impuestas por el positivismo, para poder ser adaptada al método de investigación del modelo médico. Con respecto a esto dice Alejandro Raggio: “Diferencio especialmente la locura de la enfermedad y de la anormalidad. Enfermedad, anormalidad, desequilibrio, son formas de captura simbólica, social e históricamente producidas, destinadas a dar cuenta de un fenómeno que no pretendo por ahora categorizar: la locura.”[3] Raggio no pretende categorizar la locura, y por supuesto, tampoco yo pretendo hacerlo ni en lo más mínimo, sólo que la ciencia positiva ya se ha encargado de hacerlo.
         “Ignorada - la locura - desde hacía siglos, o al menos mal conocida, la época clásica habría empezado a aprehenderla oscuramente como desorganización de la familia, desorden social, peligro para el Estado. Y poco a poco, esta primera percepción se habría organizado, y finalmente perfeccionado, en una conciencia médica que habría llamado enfermedad de la naturaleza lo que entonces sólo era reconocido en el malestar de la sociedad. Habría que suponer así una especie de ortogénesis que fuera desde la experiencia social hasta el conocimiento científico y que progresara sordamente desde la conciencia de grupo hasta la ciencia positiva.” [4]
         En lo personal creo que nuestra sociedad, nuestra cultura, está tan impregnada de este modelo médico, cientificista, que nos cierra los ojos ante posibles alternativas y no nos permite apreciar la importancia que tiene el surgimiento de nuevas perspectivas. No hay duda de que las alternativas surgen con relativa frecuencia, pero ¿qué tan lejos llegan? Muchas veces no son bien recibidas o directamente no son tomadas en cuenta, y la mayoría de las veces, fracasan. Este es el caso del movimiento al cual pretendo acercarme brevemente, cuyo surgimiento se remonta hacia los años 60. Por aquella época tan convulsionada por las guerras, manifestaciones, protesta y revolución, vemos surgir un movimiento por demás revolucionario, que pone en discusión y critica duramente esta psiquiatrización de la locura; pero dicho movimiento no encontró asidero en la sociedad, salvo algunas excepciones, que dieron lugar para pensar en alguna posibilidad de éxito, pero pronto caerían ante el poder de un sistema fuertemente establecido, que no compartía sus premisas ni en lo más mínimo e impediría la realización de sus proyectos. Este movimiento es la Antipsiquiatría…
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
BIBLIOGRAFÍA:
 
-         Etcheverry, Gabriela, “Vida cotidiana y Salud – Enfermedad: modalidades de la producción subjetiva”, en “Tránsitos de una psicología social”, Folle y Protesoni (comp.), Ed. Psicolibros, Mvdeo., 2005.
-         Foucault, Michel, “Historia de la locura en la Época Clásica”, Ed. Fondo de cultura, Bs.As., 1992.
-         Jorquera, Víctor, “De la psicologización de la locura a la objetivación del individuo”, en “El Rayo que no cesa”, boletín de contrapsicología y antipsiquiatría.
-         Raggio, Alejandro, “Por una ética de la intervención”, en “Comunidad, clínica y complejidad”, Ed. Multiplicidades, Mvdeo., 1999.
-         Stucchi, Santiago, “Historia de la psiquiatría”, Universidad Peruana Cayetano Heredia.


[1]   Foucault, Michel, “Historia de la locura en la Época Clásica”, Tomo I.
[2] Etcheverry, Gabriela, “Vida cotidiana y salud – enfermedad: modalidades de la producción subjetiva”.
[3] Raggio, Alejandro, “Por una ética de la intervención”.
[4] Foucault, Michel, “Historia de la locura en la Época Clásica”, Tomo I.
 
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