Un Techo Para Un Psicólogo
  Sobre los discursos. Un punto de partida
 
Hace poco un científico reconocido, ganador de un premio Nobel, se ganó las críticas de la gran mayoría de la población mundial (que tiene acceso a los medios de comunicación) por haber proclamado la inferioridad intelectual de la raza negra. Poco importaron sus explicaciones y fundamentaciones. No se le preguntó que estudios había realizado al respecto, ni sobre que enfoque estaba asentado su discurso. No hay explicación que valga ante un discurso tan politicamente incorrecto. Lo que dijo puede estar correctamente estudiado, pudo, perfectamente, haber seguido un método científico y haber demostrado de esta manera su hipótesis. Pero en estos casos la ciencia no importa. Porque la ciencia es, como siempre lo fue (y no hago un juicio de valor al respecto), un instrumento político. Esto no es una revelación para nadie, más allá de algún ingenuo que se cree que es independiente del mundo que lo rodea. La crítica se podría asentar en la urgencia con que se censuró el discurso de Watson y la rápida condena social al hecho. Por ejemplo Steven Rous, profesor inglés de ciencias biológicas en la Universidad Abierta Británica dijo: “Creo que estos comentarios son peligrosos y ofensivos y no le hacen ningún favor a la ciencia ni a la lucha contra el racismo en el Reino Unido o en Estados Unidos“. Comentario que solo confirma que poco importa la cientificidad del discurso si es ofensivo, y no digo que hayan sido fundamentadas las declaraciones de Watson sino que directamente nadie se ocupó de verificar si eran o no fundamentadas, porque lo que dijo no era correcto. Además, ¿desde cuándo la proclama fundamental del positivismo que anuncia la verdad científica como la verdad absoluta pasa a un segundo plano y se subroga a las características cualitativas del discurso como la ofensa, la vergüenza, etc.?

 

Ahora. ¿Qué hay detrás de todo este palabrerío de más arriba? Algo que Baudrillard venía pronosticando desde hacía ya muchos años. Se acabó la época de las singularidades. Y entramos en la era de la clonación. No solo la ya famosa clonación biológica, sino la clonación extendida a todos los ámbitos de la vida. Esto significa embanderarse en la originalidad para favorecer la "normalidad" (como fórmula estadística, como lo que forma parte de la norma, como un punto en medio de la campana de la función Normal). Baudrillard decía que se había perdido el espíritu inicial del Capitalismo que en Estados Unidos estaba representado por el Empire State y entramos a un nuevo tipo de Capitalismo, el de las Torres Gemelas, un Capitalismo que te dice "No estás solo. Si aspirás a ser como todos siempre vas a estar acompañado por otros como vos y eso es a lo más que podemos llegar".
¿Qué pasó para que se de este cambio? El Capitalismo estaba basado en un principio de la modernidad: Todos nos movemos con independencia de los demás. No necesitamos de los demás. Si nos esforzamos vamos a llegar más arriba que cualquiera, cuando más te esfuerces más arriba vas a estar. Pero ese "más arriba que todos" significa "soledad". Por eso esa mirada de un crecimiento sin techo cambió al techo común para todos que según Gaulejac es la "excelencia". Y eso es lo que eran las Torres Gemelas. Dos edificios que representaban la excelencia, la normalidad, no eran edificios singulares, eran dos prismas rectos totalmente insulsos en comparación con el Empire State y todos sus detalles. Que además se apoyaban el uno en el otro, se reflejaban el uno en el otro. Hasta los edificios necesitan reflejarse en algo.
O sea que del "porvenir sin fin" pasamos a la excelencia como meta común y no solo en los edificios podemos comprobar esta idea. En la ropa, en la comida, en la bebida, en la lectura. El Código Da Vinci fue el resultado de un largo camino en busca de la fórmula novelística que propusiera una búsqueda en uno mismo y llamara a la vez a una gran parte de la población, camino que tuvo sus principios, si no recuerdo mal, en La Novena Revelación. Y, finalmente y fundamentalmente, los discursos se rigen por esta idea de la excelencia, y eso implica que sean correctos porque si no son correctos se vuelven "singulares", singularmente incorrectos. Y eso es un riesgo, porque mirá si alguien está de acurdo con lo que Watson dice. Y yo me pregunto, si alguien está de acuerdo, ¿qué pasa?. ¿Dónde quedo la libertad de expresión? ¿A que le tenemos tanto miedo? ¿realmente seguimos pensando que a las personas hay que cuidarlas de algo?. Porque lo único que estamos haciendo es repetir una historia milenaria de gente que toma a su mando el cuidado de otra gente. Es decir, legitimándolo.
Foucault decía que los discursos podían cambiar en diferentes épocas pero era muy común que los enunciados en sí (lo que hay tras el discurso) se repitieran más alla de lo diferente de los discursos. Hoy ni siquiera se permite la originalidad discursiva, lo que restringe el contenido del enunciado, ya no existe ni siquiera la posibilidad de un enunciado distinto.
 
Orson Welles le erró por unos pocos años, pero la era Gran Hermano (¿quién se anima a negarlo?) ya está aquí.
 
 
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